Mis abuelos vivieron en el callejón del Combate, en Santa Cruz, desde finales de los años treinta. El edificio sigue en pie. En los bajos, en el local que hoy ocupa un reputado restaurante, estuvo la redacción y rotativa del periódico La Tarde, trasladado desde Ruiz de Padrón, antes de ubicarse en su sede definitiva de Suárez Guerra.
En el primer piso. Nunca entendí del todo cómo pudieron vivir en aquella casa -que no tendrá 110 metros cuadrados- más de quince personas, incluidos mi padre y sus doce hermanos, mis abuelos y una chica que llegó de La Palma por un par de días y se quedó cuarenta años. Con orden, turnos para el baño y mucho amor, cuentan mis tíos.
En el primer piso. Nunca entendí del todo cómo pudieron vivir en aquella casa -que no tendrá 110 metros cuadrados- más de quince personas, incluidos mi padre y sus doce hermanos, mis abuelos y una chica que llegó de La Palma por un par de días y se quedó cuarenta años. Con orden, turnos para el baño y mucho amor, cuentan mis tíos.
El callejón del Combate está donde ahora pero sin pavimentar y más estrecho. Años después, durante la obra de ensanche, en la confluencia con Pérez Galdós, apareció un cañón enterrado, inquietante.
La calle de El Pilar en aquellos años solo llegaba hasta el encuentro con Suárez Guerra, Teobaldo Power (la "otra calle", que decía mi padre) y el Adelantado, esa estrecha que conecta con Valentín Sanz (antes Norte). Cuesta imaginarlo; tiempo después prolongaron El Pilar hasta Villalba Hervás que es como la vemos en la actualidad.
Todas aquellas manzanas eran de casas bajas de forma que desde casa de mi abuela, en el Combate, se veían los árboles de la plaza del Príncipe. Parece increíble con esos enormes edificios que se construyeron después.
La plaza del Príncipe, una de las alamedas de Santa Cruz, donde tenía lugar gran parte de la vida social de esta capital de provincia. Con esos laureles de indias que todavía hoy (son los mismos) dominan el espacio y crean el aire de paz, la semipenunbra de la umbría que tamiza la luz y el fulgor veda, con el templete en su centro, donde aquella juventud se dejaba ver en infinitos paseos circulares. Los parterres han sufrido modificaciones posteriores pero la espesura es la misma, el alto dosel de la arboleda, alcázar de verdor.

Los versos los declama mi padre desde hace años, reminiscencia de aquella memoria prodigiosa. Después encontramos el texto mecanografiado, de 1944, entre los papeles de mi abuelo:
[Las fotos me las mandó mi amigo Francesco Salomone, compañero agrónomo y entusiasta de los jardines y de su historia... por cierto, sus abuelos y su madre vivía por allí, muy cerca del callejón del Combate]